El aprendizaje no termina cuando se obtiene el título, ni cuando se alcanza el cargo, ni siquiera cuando se domina la técnica. En neurocirugía, aprender es una actitud permanente, no un periodo formativo. Y quien deja de aprender, deja de ver, de dudar, de escuchar… y, poco a poco, de cuidar.

  • Revisión constante de criterios diagnósticos y técnicas quirúrgicas.
  • Incorporación de avances tecnológicos sin perder juicio crítico.
  • Preguntarse: “¿Lo haría igual si este caso volviera hoy?”
  • Aceptar que todo paciente enseña algo que no estaba en el manual.
  • Reconocer el impacto que los casos dejan en uno mismo.
  • Nombrar el miedo, la rabia, el cansancio… y no actuar desde ellos.
  • Escuchar al residente cuando señala lo que uno no ve.
  • Cambiar conductas que antes se justificaban con la frase: “yo también lo viví así”.
  • Revisar no solo lo que se hace, sino cómo y para qué se hace.
  • Preguntarse si el liderazgo que se ejerce libera o somete.
  • Reconocer cuándo se ha herido, y reparar sin excusas.
  • Comprender que no todo lo técnicamente posible es moralmente aceptable.
  • La arrogancia que impide preguntar.
  • El miedo a parecer débil.
  • El mito del “ya lo sé todo”.
  • La rutina que anestesia la conciencia.
  • Aprender no es acumular: es compartir lo que se comprende.
  • Un equipo quirúrgico que aprende junto se vuelve más seguro, más honesto, más humano.
  • Enseñar sin aprender es repetir.

Aprender mientras se enseña… es transformar.

Aprender no es una etapa: es una forma de estar en la neurocirugía. No basta con operar bien. Ni con ser admirado. Ni con tener razón. Hay que seguir aprendiendo. Del paciente, del error, del residente, del cuerpo, del silencio, de uno mismo. Porque allí donde un cirujano deja de aprender… empieza el personaje. Y termina la persona.

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  • Last modified: 2025/05/13 02:16
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