🧠 El Reflexivo Incómodo

No cree estar por encima del problema. Sospecha que forma parte de él.

Este neurocirujano no lee críticas para sentirse superior. Las lee para sentirse responsable.

Cada vez que reconoce una patología en un colega, se detiene y se pregunta:

“¿Y yo? ¿Cuándo hago esto también?”

No posa. No finge. No usa el conocimiento como arma, sino como espejo. No una vez al año. Cada día.

Sabe que en neurocirugía, el mayor riesgo no es el sangrado. Es el autoengaño.

No se enorgullece de ser reflexivo. Le aterra el día en que deje de serlo.

Del horror silencioso de ver a personas buenas hacer cosas malas — poco a poco, sin saberlo, y con aplausos institucionales. De ver cómo la excelencia técnica puede usarse como camuflaje. De entender que la claridad es una práctica diaria, no una cualidad innata.

Así que se vigila. Sus motivos. Su tono. Sus silencios. Su ambición. No solo revisa lo que hace — sino por qué lo hace.

- Crea espacios donde otros pueden admitir dudas. - Modela la pausa en una cultura adicta al rendimiento. - Invita a la crítica, no como amenaza, sino como ajuste. - Enseña a los residentes que pensar no es opcional — es supervivencia.

No solo practica cirugía. Practica honestidad intelectual bajo presión.

Sabe que el sesgo nunca duerme. Así que él tampoco — al menos no mentalmente. No asume que sus buenas intenciones bastan. Revisa su alineación, incluso cuando nadie más lo haría.

*No es seguro porque sea perfecto. Es seguro porque nunca ha dejado de pensar.*