El silencio fingido no es contemplación, ni pausa ética, ni prudencia clínica. Es un silencio que no nace del respeto, sino del miedo. Del cálculo. De la necesidad de protección en un entorno donde hablar tiene precio.
El otro deshumaniza.
El silencio fingido es la anestesia emocional de una cultura que teme la verdad. En neurocirugía, donde tanto se enseña, se lidera y se impacta, romper ese silencio no es un gesto heroico. Es un acto clínico. Porque el bisturí puede cortar… pero solo la palabra verdadera sana lo que el miedo dejó sin voz.