Humillar es hacer que otro se sienta menos, inferior, expuesto o ridiculizado. No siempre se hace a gritos. A veces basta un silencio despreciativo, una corrección pública sin cuidado, una risa a destiempo. En neurocirugía —donde la tensión, la presión y la jerarquía son constantes— humillar se ha normalizado bajo el disfraz de “formar carácter” o “enseñar con dureza”. Pero no forma: hiere. Y no enseña: paraliza.
La humillación no mejora la técnica. Solo disminuye al otro. Y en un oficio que trata con cuerpos vulnerables y decisiones críticas, el respeto no es un lujo: es una forma de verdad. Un neurocirujano puede ser brillante. Pero si humilla… su luz es ciega.