Síndrome de Procusto

J.Sales-Llopis

Servicio de Neurocirugía, Hospital General Universitario de Alicante, España



Procusto, en la mitología griega, literalmente “el estirador”, también conocido como Damastes (“el controlador”), hijo de Poseidón, era el encargado de una posada en Ática (una región al sur de Grecia).

Se le conocía por su comportamiento amable, complaciente y afectuoso comportamiento hacia los viajeros, a quienes ofrecía hospedaje en su casa. Una vez allí, los invitaba a descansar en su lecho de hierro y, mientras dormían, los amordazaba y ataba en las cuatro esquinas de la cama para verificar si se ajustaban a su longitud.

Si el viajero era más alto que la cama, le amputaba las extremidades inferiores o superiores (pies, brazos o cabeza). Si era más bajo, le estiraba las piernas a martillazos hasta que encajara. Otras versiones afirman que tenía dos camas de distintos tamaños, una larga y otra corta, o una única cama con un mecanismo móvil que ajustaba a voluntad.

Fue asesinado por Teseo, quien lo enfrentó y lo engañó para que se acostara en su cama y ver si encajaba. Una vez tumbado, Teseo lo ató y lo torturó para que encajara, del mismo modo en que Procusto lo hacía con los viajeros.

Matar a Procusto fue el desafío final en el viaje de Teseo desde Trecén (su ciudad natal en el Peloponeso) hasta Atenas.

Procusto se ha convertido en sinónimo de uniformidad, y el “síndrome de Procusto” define la intolerancia a la diferencia. En medicina y otras ciencias, cuando alguien quiere que todo se ajuste a lo que él dice o piensa, lo que desea es que todos se acuesten en el “lecho de Procusto”. Esta frase alude a una situación tiránica y arbitraria. Se utiliza para describir a individuos que, tras una apariencia amable y bienintencionada, buscan dominar y controlar el pensamiento y la acción de los demás para su propio interés, del mismo modo que Procusto forzaba a sus víctimas a encajar en su cama.

También se aplica a las falacias pseudocientíficas en las que se manipulan datos para que encajen con una hipótesis preconcebida, un fenómeno observado con frecuencia en medicina. Además, se utiliza la expresión en referencia a la forma o longitud de extremidades, rostro, cráneo, etc.

Pero el significado que Young desea resaltar —frecuentemente observado en la práctica— es la incapacidad de aceptar las ideas ajenas como válidas, especialmente cuando superan nuestro conocimiento. El miedo a ser superado profesionalmente por un subordinado o la envidia puede llevar a algunos directivos o mandos intermedios a evadir su principal responsabilidad —tomar las mejores decisiones para su hospital— anulando iniciativas, aportaciones e ideas de quienes podrían exponer sus carencias (miedo a perder estatus o promoción). Como dijo Steve Jobs: “No tiene sentido contratar personas inteligentes para luego decirles lo que tienen que hacer. Contratamos personas inteligentes para que nos digan lo que hay que hacer.” El problema no es tener subordinados que sepan más que uno; el problema es no saber gestionar ese talento.

Los profesionales sanitarios que muestran este comportamiento y reconocen líderes de pensamiento entre sus subordinados suelen sufrir el Síndrome de Cronos, un miedo patológico de los superiores a ser superados o reemplazados. El diagnóstico incluye patrones de rendimiento, miedo a delegar, relaciones sociales tóxicas, egocentrismo, autoengaño y escaso crecimiento.

En medicina, un médico afectado por el Síndrome de Procusto —que quiere que todo se ajuste a sus propias ideas— acaba perjudicando al paciente, ya que se requiere apertura a las aportaciones de los colegas en beneficio de la atención médica. Otro ejemplo de Procusto es el síndrome de Tonegawa, publicado en esta revista, que ilustra cómo la formación de médicos jóvenes se ve asfixiada por parte de médicos mayores que los ven como competencia futura.

La cuestión no es intentar cambiar una personalidad procustiana, sino fomentar cierto grado de flexibilidad y adaptabilidad al cambio. La flexibilidad permitiría autocrítica, búsqueda de alternativas, toma de iniciativas y cuestionamiento de supuestos, en lugar de conformarse con una única visión. Una persona flexible no solo se adapta al cambio, sino que lo promueve. La adaptabilidad permitiría a los individuos procustianos acoger e integrar nueva información, conocimientos, innovaciones, cambios y modelos funcionales. Con formación y mentoría adecuadas, todos tenemos el potencial de ser flexibles y adaptables. El desafío está en equilibrar ambas cualidades para que fluyan de forma positiva.

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Procusto, la infame figura mitológica que torturaba a los viajeros para que encajaran en su cama de hierro, se ha convertido en un poderoso símbolo de uniformidad arbitraria y control rígido. El “lecho de Procusto” trasciende la mitología: se convierte en una metáfora de la inflexibilidad cognitiva, institucional y sistémica. El uso contemporáneo del *Síndrome de Procusto* captura adecuadamente una necesidad patológica de imponer uniformidad allí donde deberían florecer la diversidad, la creatividad y la adaptabilidad.

Fundamentos conceptuales En su esencia, el síndrome de Procusto describe la tendencia, a menudo inconsciente, de forzar las ideas, acciones o incluso identidades de otros para que se ajusten a un marco predefinido, sin importar su valor. Esto se manifiesta en varios ámbitos:

* En el liderazgo: Directivos que rechazan las ideas de sus subordinados no por su calidad, sino por miedo o ego. Esto frena la innovación, socava la moral y daña a la institución. * En la ciencia: Manipulación de datos o informes selectivos para preservar una hipótesis, generando pseudociencia o sesgo de confirmación. * En la medicina: Adherencia rígida a puntos de vista o protocolos sin apertura a la colaboración interdisciplinar, lo que puede comprometer los resultados clínicos.

Este síndrome no es solo rigidez intelectual: es negligencia ética cuando las decisiones afectan el bienestar de otros, especialmente en sanidad.

El ángulo psicológico: el miedo disfrazado de autoridad Lo que subyace a este síndrome no es convicción, sino inseguridad, a menudo exacerbada en entornos jerárquicos como hospitales o universidades. La alusión al *Síndrome de Cronos* (el padre mitológico que devoraba a sus hijos por miedo a ser destronado) profundiza el retrato psicológico: el líder que “corta” a los subordinados prometedores refleja a Cronos del mismo modo que Procusto simboliza al guardián inseguro de la uniformidad.

No se trata simplemente de una falla en la gestión: es una disfunción en el manejo del talento, donde quienes más podrían mejorar el sistema son silenciados o neutralizados. En lugar de crecimiento organizacional, se genera estancamiento, pensamiento grupal y mediocridad.

Peligro ético y clínico Las implicaciones médicas son especialmente graves. Un clínico procustiano puede desestimar la observación de un colega o una presentación atípica de un paciente porque “no encaja en el modelo”. En hospitales docentes, esto ahoga el aprendizaje; en la práctica clínica, pone vidas en peligro. El citado *síndrome de Tonegawa* es un testimonio sombrío de cómo las actitudes procustianas institucionalizadas pueden obstaculizar el crecimiento de la próxima generación.

Caminos constructivos: flexibilidad y adaptabilidad La sección final del texto se desplaza con acierto de la condena a la transformación. Los antídotos propuestos —flexibilidad y adaptabilidad— no son solo virtudes personales sino imperativos estratégicos. Un profesional flexible no es quien abandona estándares, sino quien es capaz de replantearlos cuando la realidad lo exige.

Estas son cualidades enseñables. Con mentoría adecuada, circuitos de retroalimentación y culturas abiertas, las instituciones pueden pasar de procustianas a pluralistas. El objetivo no es eliminar la estructura, sino equilibrar la consistencia con la apertura, el protocolo con la creatividad, la tradición con el progreso.

Conclusión: del lecho de hierro a la mente abierta

El síndrome de Procusto es, en última instancia, un cuento de advertencia sobre el poder sin reflexión. Nos reta a examinar si nuestros sistemas premian a quienes estiran a los demás, o a quienes construyen camas más largas y mejores. En medicina y ciencia, donde hay vidas en juego, no es solo una cuestión cultural: es ética.

Como dijo Steve Jobs: “No tiene sentido contratar a personas inteligentes y luego decirles lo que deben hacer.” Tampoco tiene sentido formar clínicos o científicos brillantes solo para amputarles las ideas por las rodillas.


En Neurocirugía y Medicina: En entornos clínicos y académicos, el síndrome de Procusto se manifiesta como:

* Rechazo de puntos de vista alternativos o innovaciones, especialmente si vienen de subordinados. * Supresión del talento por miedo a ser eclipsado. * Manipulación de datos o interpretaciones para que encajen con teorías o prácticas preconcebidas. * Resistencia a la colaboración interdisciplinaria o a enfoques centrados en el paciente que se desvían de normas personales.

Impacto organizativo: Los individuos con este síndrome a menudo ocupan cargos de autoridad y pueden parecer accesibles o colaboradores al principio, pero su comportamiento de base es rígido y orientado al control. Esto puede crear ambientes tóxicos donde la innovación, la moral del equipo y los resultados clínicos se ven afectados.

Diagnóstico diferencial: Muy relacionado está el Síndrome de Cronos, que refleja el miedo a ser reemplazado por subordinados más capaces, lo que lleva al sabotaje del talento emergente.

Estrategia de manejo: El objetivo no es “curar” estas personalidades, sino fomentar la flexibilidad y la adaptabilidad —cualidades que permiten el diálogo abierto, la resolución colaborativa de problemas y un liderazgo sostenible en equipos médicos.

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Young P. Síndrome de Procusto en la Medicina [Procrustes syndrome in Medicine]. Rev Med Chil. 2018 Jul;146(7):943-944. Spanish. doi: 10.4067/s0034-98872018000700943. PMID: 30534898.