En el contexto profesional, la amenaza no se limita al riesgo físico o jurídico, sino que incluye cualquier experiencia que ponga en peligro la autoimagen profesional, el estatus relacional o la seguridad emocional del neurocirujano.
La amenaza es inevitable en una profesión de tanta carga simbólica y emocional como la neurocirugía. Lo importante no es evitarla, sino aprender a nombrarla, acogerla y responder desde la madurez clínica y emocional, no desde el miedo. Convertir la amenaza en crecimiento es una de las tareas más profundas —y menos visibles— del buen neurocirujano.